“Las graves consecuencias de la gran depresión mundial de los años 30 sobre las economías latinoamericanas nos impulsaron a explorar nuestro propio y autónomo camino de desarrollo, sustentado en la industrialización hacia adentro, puesto que no se concebía la industrialización orientada hacia afuera, ni entonces, ni durante la Segunda Guerra Mundial y su secuela de trastornos. Después de los largos años de bonanza de los países avanzados, que terminan en la primera mitad de los 70, América Latina se vio ante la posibilidad de alcanzar, en esos años, extraordinarias tasas de desarrollo. Consecuencia muy positiva, acompañada de dos resultados negativos: la exaltación, a veces frenética, de las formas de consumo de los centros, sobre todo en los estratos sociales más favorecidos, imitando con celeridad esas formas de consumo en detrimento de la acumulación intensa de capital reproductivo que se necesitaba para elevar el empleo y la productividad de grandes masas rezagadas, que trajeron consigo una pugna conflictiva cuyo desenlace es la inflación social; el otro resultado negativo es que, deslumbrados por aquella bonanza de los centros, debilitamos el aliento en la difícil tarea de trazar nuestro propio camino de desarrollo.” (página 37)
“Al meditar sobre éstos y otros hechos, he llegado a una conclusión terminante: los centros industriales no se interesan fundamentalmente en promover el desarrollo latinoamericano con profundidad social. Sólo les atañe en la forma y en la medida que favorece a su propio desarrollo, salvo episódicamente. De ahí la frustración del llamado Diálogo Norte-Sur. Más que diálogos, son monólogos paralelos sin que hasta ahora las partes se hayan entendido. Esto se debe a la misma dinámica del capitalismo avanzado.” (página 38)